jueves, 28 de mayo de 2009

ELEGIA A MI HERMANO/JOSE DGO. GOMEZ ROJAS

De pronto una gran sombra por la sombra se advierte.
Todos quedamos mudos a la invisible suerte.
Temblando, por las sombras, quedo una sombra fuerte
y todos sollozamos presintiendo a la muerte.
La carne de mi hermano tembló como aterida.
Mi madre quebrantada, sollozó estremecida.
Fue un momento indecible de súplica a la vida.
¡Juventud de mi hermano para siempre dormida!
Salí al jardín.
La fuente por siempre estaba muda.
Con un dolor enorme mi garganta se anuda.
Después lloré... lloré...
Sólo sé que en mi duda
temblaba por los cielos una estrella desnuda.
La noche se clavó por los cielos lejanos.

Dios tembló en los rosarios y tembló por las manos.
Un divino presagio retumbó en los arcanos
y se transfiguraron los destinos humanos.
Con mi alma toda en pena salí del aposento.
Sobre mi corazón gravitó aquel momento
como una eternidad.
En decir lo inefable pongo en vano mi intento.
El cielo era un inmenso árbol azul florido,
la eternidad pasaba con sus alas de olvido.
La emoción de los tiempos transminó mis sentido.
¡Quede solo en la tierra frente al cielo dormido!

miércoles, 27 de mayo de 2009

ALMA AUSENTE /FEDERICO GARCIA LORCA


No te conoce el toro ni la higuera,

ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
No te conoce el lomo de la piedra,

ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque
te has muerto para siempre.
El otoño vendrá con caracolas,uva de niebla y montes agrupados,

pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.
Porque te has muerto para siempre,como todos los muertos de la Tierra,como todos los muertos que se olvidan

en un montón de perros apagados.
No te conoce nadie.No.
Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.

viernes, 22 de mayo de 2009





JAMAS




Manuel Magallanes Moure




Ante nosotros las olas


corren, corren sin cesar,como si algo persiguieran


sin alcanzarlo jamás.
Dice la esposa: ¿No es cierto


que nunca habrás de tornar


junto a esa mujer lejana?


Y yo contesto: ¡Jamás!
Ella pregunta:


¿No es ciertoque ya nunca volverás


a celebrar su hermosura?


Y yo contesto: ¡Jamás!
Ella interroga: ¿No es cierto


que nunca habrás de soñar


con sus fatales caricias?


Y yo respondo: ¡Jamás!
Las olas, mientras hablamos,corren, corren sin cesar,como si algo persiguieran


sin alcanzarlo jamás.
Dice la esposa: ¿No es cierto


que nunca me has de olvidar


para pensar sólo en ella?


Y yo le digo: ¡Jamás!
Ella pregunta: ¿No es cierto


que ya nunca la amarás


como la amaste hasta ahora?


Y yo contesto: ¡Jamás!
Ella interroga: ¿No es cierto


que su imagen borrarás


de tu mente y de tu alma?


Y yo murmuro: ¡Jamás...!
Los dos callamos. Las olas


corren, corren sin cesar,como si algo persiguieran


sin alcanzarlo jamás.

EL SEMINARISTAS DE OJOS NEGROS/ MIGUEL RAMOS CARRION



EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS


Desde la ventana de un casucho viejo

abierta en verano, cerrada en invierno

por vidrios verdosos y plomos espesos,

una salamantina de rubio cabello

y ojos que parecen pedazos de cielo,

mientras la costura mezcla con el rezo,

ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo.

Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,marchan en dos filas pausados y austeros,

sin más nota alegre sobre el traje negro,

que la beca roja que ciñe su cuello

y que por la espalda casi rosa el suelo.

II

Un seminarista, entre todos ellos,

marcha siempre erguido, con aire resuelto.

La negra sotana dibuja su cuerpo,

gallardo y airoso, flexible y esbelto.

El sólo a hurtadillas y con el recelo

de que sus miradas observen los clérigos,

desde que en la calle vislumbra a lo lejos

a la salamantina de rubio cabello,

la mira muy fijo, con mirar intenso.

Y siempre que pasa le deja el recuerdo

de aquella mirada de sus ojos negros.

III

Monótono y tardo va pasando el tiempo

y muere el estío y el otoño luego,

y vienen las tardes plomizas de invierno.

Desde la ventana del casucho viejo

siempre sola y triste, rezando y cosiendo,

la tal salamantina de rubio cabello

ve todas las tardes pasar en silencio

los seminaristas que van de paseo.

Pero no ve a todos;

solo ve a uno de ellos,

su seminarista de los ojos negros.

IV

Cada vez que pasa gallardo y esbelto,observa la niña que pide aquel cuerpo

en vez de sotana, marciales arreos.Cuando en ella fija sus ojos abiertos

con vivas y audaces miradas de fuego,parece decirla:

¡Te quiero! ¡te quiero!¡yo no puedo ser cura! ¡

yo no puedo serlo!

¡si yo no soy tuyo me muero, me muero!

A la niña entonces se le oprime el pecho,la labor suspende, y olvida los rezos,y ya vive sólo en su pensamientoel seminarista de los ojos negros.

V

En una lluviosa mañana de invierno

la niña que alegre saltaba del lecho,oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;

por la angosta calle pasaba un entierro.

Un seminarista sin duda era el muerto

pues, cuatro llevaban en hombros el féretro

con la beca roja por cima cubierto,

y sobre la beca el bonete negro.

Con sus voces roncas cantaban los clérigos,los seminaristas iban en silencio,

siempre en las dos filas hacia el cementerio

como por las tardes al ir de paseo.

La niña angustiada miraba el cortejo;

los conoce a todos a fuerza de verlos...

Tan solo, tan solo faltaba entre ellos,

el seminarista de los ojos negros.

VI

Corrieron los años, pasó mucho tiempo...

Y allá en la ventana del casucho viejo,

una pobre anciana de blancos cabellos,

con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,

mientras la costura mezcla con el rezo,

ve todas las tardes pasar en silenciolos seminaristas que van de paseo.

La labor suspende, los mira, y al verlos,

sus ojos azules ya tristes y muertos

vierten silenciosas lágrimas de hielo.

Sola, vieja y triste aún guarda el recuerdo

del seminarista de los ojos negros.


MIGUEL RAMOS CARRION